lunes, 28 de diciembre de 2009

Kubrick


Debía tener unos doce o trece años cuando vi aquella película por primera vez, se trataba de “2001: odisea en el espacio” de Stanley Kubrick, en aquel entonces no entendí nada pero ayer cuando me la puse en vhs por decimo séptima vez encontré en resquicio de esperanza ante mi inoperancia a la hora de entender su significado, aquello que el director quería expresar ante tal alarde de medios, extremadamente complicados para el año 1968 cuando fue estrenada la película, tendría que suponer la sabiduría total, el conocimiento absoluto o quizás, por el contrario, tan solo quería demostrarme que soy un total inepto incapaz de entender una obra maestra del siglo pasado, quizás Stanley quería dirigirse a mi en concreto y desvelarme lo absolutamente ignorante que soy y lo cortas que llegan mis miras, es posible que simplemente dios haya puesto en mi camino a Kubrick para que me dé cuenta que si por alguna razón alguien pusiera en mi camino un monolito, yo jamás sería capaz de bordearlo y seguir mi camino, me pasaría toda mi eternidad dándome cabezazos contra él en busca del secreto que dicho monolito guarda en su interior. Por un momento pensé que el significado de la vida estaría emparedado dentro de aquel magistral monolito de mármol oscuro y que solo Gallardón tenía la llave que nos desvelaría el enigma pero cuando se acaba la película y Stanley y los demás se marchan a casa yo me quedo ahí, frente a ese macizo monolito, dándome cabezazos, sin entender que nunca podré conocerlo todo y que la vida no se acaba ante el primer escollo que se nos plante en el camino. En realidad o quizás en ficción, Stanley nos quería recordar aquel maravilloso cuento infantil que trataba de un sastre que le hacia un traje al rey pero en realidad el rey iba desnudo, quizás Kubrick, como en su momento hizo el sastre, nos la ha metido doblada y ni si quiera él tiene un único o simple significado y tan solo hizo un alarde de efectos especiales como visionario de lo que en años venideros el mundo de la cinematografía nos depararía. Lamento no tener algo interesante que decir al respecto pero he leído un montón de absurdas teorías sobre el significado de la película y ninguna de ellas me convence por lo que lo mas inteligente sería leer el relato corto de Arthur C. Clarke llamada “el centinela” en el que está basada la pelicula para desde la raíz buscar una solución digna a semejante enigma.
El centinela ( Arthur C. Clarke)
La próxima vez que vean ustedes la luna llena brillar alta en el sur, examinen atentamente el borde derecho y dejen resbalar la mirada a lo largo de la curva del disco. Allá donde serian las dos si nuestro satélite fuera un reloj, observaran un minúsculo óvalo oscuro: cualquiera que posea una vista normal puede descubrirlo. En una gran llanura rodeada de montañas, una de las más hermosas de la Luna, conocida con el nombre de Mare Crisium: el Mar de las Crisis. Casi quinientos kilómetros de diámetro, rodeada por un anillo de magníficas montañas, no había sido explorada nunca hasta que nosotros penetramos en ella a finales del verano de 1996.
Nuestra expedición había sido cuidadosamente planeada. Dos grandes cargos habían transportado nuestras provisiones y nuestro equipo desde la base lunar del Mare Serenitatis, a ochocientos kilómetros. Disponíamos además de tres pequeños cohetes destinados al transporte a cortas distancias en regiones en las que era imposible servirse de los vehículos de superficie. Afortunadamente, la mayor parte del Mare Crisium es llana. No existen allí esas enormes grietas tan frecuentes y tan peligrosas en otras partes, y los cráteres o elevaciones de una cierta altura son bastante raros. A primera vista, nuestros potentes tractores oruga no tendrían la menor dificultad en conducirnos hasta donde quisiéramos ir.
Yo era el geólogo, o selenólogo, si quieren ser ustedes pedantes, jefe del grupo destinado a la exploración de la zona sur del Mare. Habíamos recorrido un centenar y medio de kilómetros en una semana, bordeando los contrafuertes de las montañas que dominaban la playa de lo qué, muchos millones de años atrás, había sido un antiguo mar. Cuando la vida se había iniciado en la Tierra, aquel mar estaba ya moribundo. El agua retiraba de los flancos de aquellas maravillosas escolleras para fluir hacia el vacío corazón de la Luna. Sobre el suelo que estábamos recorriendo, el océano que no conocía mareas había alcanzado en su tiempo una profundidad de ochocientos metros, y ahora la única huella de humedad que podía hallarse era la escarcha que descubrimos a veces en las profundidades de las cavernas, donde jamás penetra la luz del sol.
Habíamos comenzado nuestro viaje al despuntar el alba lunar, y nos quedaba aún casi una semana de tiempo terrestre antes de que la noche cayera de nuevo. Descendíamos de nuestros vehículos cinco o seis veces al día, vestidos con nuestros trajes espaciales, y nos dedicábamos a la búsqueda de minerales interesantes, o plantábamos señales indicadoras para guiar a futuros viajeros. Era una rutina monótona y carente de excitación. Podíamos vivir confortablemente al menos durante un mes en el interior de nuestros tractores presurizados, y si nos ocurría algún percance siempre nos quedaba la radio para pedir ayuda, tras lo cual no teníamos otra cosa que hacer más que aguardar la llegada de la nave que acudiría a rescatamos.
Acabo de decir que la exploración lunar es una rutina carente de excitación, y no es cierto. Uno nunca se cansa de contemplar aquellas increíbles montañas, tan distintas de las suaves colinas de la Tierra. Al doblar un cabo o un promontorio, uno nunca sabía qué nuevos esplendores nos iban a ser revelados. Toda la parte meridional del Mare Crisium es un vasto delta donde, hace mucho tiempo, algunos desembarcaban en el océano, quizás alimentados por las torrenciales lluvias que habían erosionado las montañas durante el corto período de la era volcánica, cuando la Luna era aún joven. Cada uno de aquellos antiguos valles era una tentación, un desafío a trepar hasta las desconocidas mesetas que había más allá. Pero teníamos aún un centenar y medio de kilómetros que cubrir, y todo lo que podíamos hacer era contemplar con envidia aquellas cimas que otros escalarían.
Abordo del tractor vivíamos según el tiempo terrestre, y a las 22 horas exactamente enviábamos el último mensaje por radio a la Base y terminábamos nuestro trabajo. Afuera, las rocas seguían ardiendo bajo un sol casi vertical; para nosotros era de noche hasta que nos despertábamos de nuevo, tras ocho horas de sueño. Entonces uno de nosotros preparaba el desayuno, se oía un gran zumbido de afeitadoras eléctricas, y alguien conectaba la radio que nos unía a la Tierra. Realmente, cuando el olor de las salchichas cociéndose comenzaba a llenar la cabina, a uno le resultaba difícil creer que no habíamos regresado a nuestro planeta: Todo era tan normal, tan familiar, excepto la disminución de nuestro peso y la lentitud con que caían todos los objetos.
Era mi turno de preparar el desayuno en el ángulo de la cabina principal que servía como cocina. Pese a los años transcurridos, recuerdo con extrema claridad aquel momento, porque la radio acababa de transmitir una de mis canciones preferidas, la vieja tonada gala David de las Rocas Blancas. Nuestro conductor estaba ya fuera, embutido en su traje espacial, inspeccionando los vehículos oruga. Mi asistente, Louis Garnett, en la cabina de control, escribía algo relativo al trabajo del día anterior en el diario de a bordo.
Como cualquier ama de casa terrestre mientras esperaba a que las salchichas se cocieran en la sartén dejé que mi mirada vagase sobre las montañosas paredes que cercaban el horizonte por la parte sur, prolongándose hasta perderse de vista por el este y por el oeste. Parecían no estar a más de tres kilómetros del tractor, pero sabía que la más próxima estaba a treinta kilómetros. En la Luna, por supuesto, las imágenes no pierden nitidez con la distancia, no hay ninguna atmósfera que atenúe, difumine o incluso transfigure los objetos lejanos, como ocurre en la Tierra.
Aquellas montañas se elevaban hasta tres mil metros, surgiendo abruptas de la llanura como si alguna erupción subterránea las hubiera hecho emerger a través de la corteza en fusión. No se podía ver la base ni siquiera de la más próxima, debido a la acusada curvatura de la superficie, ya que la Luna es un mundo muy pequeño y el horizonte no estaba a más de tres kilómetros del lugar donde yo me hallaba.
Levanté los ojos hacia los picos que ningún hombre había escalado nunca, aquellos picos que, antes del nacimiento de la vida sobre la Tierra, habían contemplado cómo se retiraba el océano, llevándose hacia su tumba la esperanza y las promesas de un mundo. El sol golpeaba los farallones con un resplandor que cegaba los ojos, mientras que, un poco más arriba, las estrellas brillaban fijas en un cielo más negro que la más oscura medianoche de invierno en la Tierra.
Iba a girarme, cuando mi mirada fue atraída por un destello metálico casi en la cima de uno de los grandes promontorios que avanzaba hacia el mar, cincuenta kilómetros al oeste. Era un punto de luz pequeñísimo carente de dimensiones, como si una estrella hubiera sido arrancada del cielo por alguno de aquellos crueles picos, e imaginé que una roca excepcionalmente lisa captaba la luz del sol y me la reflejaba directamente a los ojos. Era algo que sucedía a menudo. Cuando la Luna entra en el segundo cuarto, los observadores de la Tierra pueden ver a veces las grandes cadenas montañosas del Oceanus Procellarum, el Océano de las Tormentas, arder con una iridiscencia blancoazulada debida al reflejo del sol en sus laderas. Pero sentía la curiosidad de saber qué tipo de roca podía brillar allá arriba con tanta intensidad, de modo que subí a la torreta de observación y orienté nuestro telescopio hacia el oeste.
Lo que vi fue suficiente para despertar mi interés. Los picos montañosos, claros y nítidos en mi campo de visión, parecían no estar a más de ochocientos metros de distancia, pero el objeto que reflejaba la luz del sol era aún demasiado pequeño para poder ser identificado. Sin embargo, aunque no pudiera distinguirlo claramente, sí podía darme cuenta de que estaba provisto de una cierta simetría, y la base sobre la que se hallaba parecía extrañamente plana. Estuve observando durante un buen rato aquel brillante enigma, aguzando mi vista en el espacio, hasta que un olor a quemado proveniente de la cocina me informó que las salchichas del desayuno habían hecho un viaje de casi cuatrocientos mil kilómetros para nada.
Mientras avanzábamos a través del Mare Crisium, aquella mañana, con las montañas irguiéndose a occidente, discutimos sobre el caso, y continuamos discutiendo a través de la radio cuando salimos a realizar nuestras prospecciones. Mis compañeros sostenían que había sido probado sin la menor sombra de duda que jamás había existido ninguna forma de vida inteligente en la Luna. Las únicas cosas vivas que habían llegado a existir eran algunas plantas primitivas, y sus antecesoras, tan sólo un poco menos degeneradas. Esto lo sabía yo tan bien como todos, pero hay ocasiones en las que un científico no debe temer al ridículo.
-Escuchad -dije firmemente-, quiero subir hasta allí arriba, aunque sólo sea para tranquilizar mi conciencia. Esta montaña tiene menos de cuatro mil metros, lo que equivale a setecientos con gravedad terrestre, y puedo hacérmela en una veintena de horas. Siempre he deseado escalar una de esas colinas, y aquí tengo un buen pretexto para hacerlo.
-Si no te partes el cuello -dijo Garnett-, vas a ser el hazmerreír de la expedición cuando regresemos a la Base. De ahora en adelante, esta montaña se llamará seguramente la Locura de Wilson.
-No me partiré el cuello -dije con firmeza-. ¿Quién fue el primero que escaló Pico y Helicon?
-¿Pero no eras un poco más joven por aquel entonces? -preguntó suavemente Louis.
-Una razón de más para ir -dije muy dignamente.
Aquella noche nos acostamos pronto, tras conducir el tractor hasta unos quinientos metros del promontorio. Garnett vendría conmigo al día siguiente; era un buen escalador y había participado conmigo en otras expediciones semejantes. Nuestro conductor se sintió muy feliz de quedarse guardando el vehículo.
A primera vista, aquellas paredes parecían prácticamente inescalables, pero cualquiera que tuviera un poco de experiencia sabía que la escalada no presenta serias dificultades en un mundo donde el peso queda reducido a una sexta parte. El auténtico peligro del alpinismo lunar reside en el exceso de confianza: una caída desde cien metros en la Luna es tan mortal como una caída desde quince metros en la Tierra.
Hicimos nuestro primer alto en una cornisa a unos mil quinientos metros de la llanura. La escalada no había sido difícil, pero el esfuerzo al que no estaba acostumbrado había envarado mis miembros, y me sentía feliz de poder descansar un poco. Visto desde allí, el tractor parecía un minúsculo insecto metálico al pie de la pared. Por radio comunicamos nuestro avance al conductor antes de proseguir la escalada.
Dentro de nuestros trajes la temperatura era agradablemente fresca, puesto que el sistema de refrigeración anulaba los efectos del ardiente sol y eliminaba al exterior los desechos de nuestra transpiración. Hablábamos raramente, salvo que debiéramos intercambiar instrucciones o discutir acerca del mejor camino a seguir. No sabía lo que estaría pensando Garnett, seguramente que era la empresa más absurda en la que se había embarcado. Yo no podía dejar de darle la razón, al menos en parte, pero el placer de la escalada, la seguridad de que nunca ningún hombre había llegado antes hasta allí, y la exaltante visión del paisaje, eran para mí una recompensa suficiente.
No recuerdo haber experimentado ninguna excitación especial al hallarnos ante la pared rocosa que había examinado a través del telescopio el día antes, desde una distancia de cincuenta kilómetros. Se extendía hasta una veintena de metros por encima de nosotros y allá, en aquella explanada, se hallaba el objeto que me había atraído a través de toda aquella extensión desértica. Casi con toda seguridad no era más que un bloque de roca nacido en alguna época pasada a consecuencia del impacto de un meteorito, con los planos de estratificación pulidos y brillantes aún en la inmovilidad eterna e inmutable.
La roca no tenía apoyos, de modo que tuvimos que usar un garfio. Mis cansados brazos parecieron recuperar una nueva fuerza cuando lancé el anda de tres puntas haciéndola girar sobre mi cabeza. La primera vez falló su presa, y cayó lentamente cuando tironeamos de ella para comprobar su solidez. Al tercer intento las púas se sujetaron sólidamente, y ni siquiera el peso combinado de nuestros dos cuerpos consiguió moverla.
Garnett me lanzó una ansiosa mirada. Hubiera podido decirle que deseaba subir yo primero, pero me limité a sonreír a través del cristal del casco y agité la cabeza. Luego, lentamente, sin prisas, inicié el último tramo de la ascensión.
Aún enfundado en el traje espacial, pesaba tan sólo veinte kilos, por lo que subí a pulso, sin enroscar la cuerda entre mis piernas ni ayudarme con los pies contra la pared. Cuando alcancé el borde me detuve un instante para saludar con la mano a mi compañero, luego di el último tirón, me icé de pie sobre la plataforma, y contemplé lo que había ante mí.
Hasta aquel momento estaba casi convencido de que no iba a descubrir nada extraño o insólito allí. Casi, pero no completamente, y era esa torturante duda la que me había empujado hasta allí. Bueno, la duda había sido disipada, pero la tortura apenas acababa de empezar.
Me encontraba en una explanada de unos treinta metros de profundidad. En alguna ocasión había sido lisa, demasiado lisa para ser natural, pero los impactos de los meteoritos habían mordido y cribado su superficie a través de incontables eones. Y había sido nivelada para poder sostener una estructura translúcida, burdamente piramidal, de dos veces la altura de un hombre, encajada en la roca como una gigantesca gema facetada.
Probablemente no experimenté ninguna sensación durante los primeros segundos. Luego, inexplicablemente, sentí una extraña alegría. Porque yo amaba la Luna, y ahora sabía que el musgo que trepaba en Aristarco y Eratóstenes no era la única forma de vida que había producido cuando era joven. Los antiguos y desacreditados sueños de los primeros exploradores eran ciertos. Después de todo había existido una civilización lunar, y yo había sido el primero en descubrirla. El hecho de haber llegado con un millón de años de retraso no me preocupaba; tenía bastante con haber llegado.
Mi cerebro comenzaba a funcionar de nuevo normalmente, analizando, planteando preguntas. ¿Qué era aquella construcción? ¿Un santuario... o alguna otra cosa que en mi lengua no tenía nombre? Si era una construcción habitable, ¿por qué la habían edificado en aquel lugar casi inaccesible? Me pregunté si se trataría de un templo, e imaginé ver a los adeptos de alguna extraña región invocando a sus divinidades para que les salvaran la vida mientras la Luna declinaba con la muerte de sus océanos.
Avancé unos pasos para examinar más de cerca el objeto, pero la cautela me impidió acercarme demasiado. Entendía un poco de arqueología, e intenté establecer el nivel de la civilización que había aplanado aquella montaña y erigido aquellas superficies resplandecientes que me cegaban aún.
Pensé que los egipcios hubieran estado en condiciones de erigir una construcción como aquélla, siempre que sus operarios dispusieran del extraño material que aquellos arquitectos aún más antiguos habían utilizado. Debido a que el objeto era relativamente pequeño, no se me ocurrió pensar que probablemente estaba examinando el producto de una raza más avanzada que la nuestra. La idea de que en la Luna hubieran existido seres inteligentes era ya bastante difícil de asimilar, y mi orgullo se negaba a dar el último y más humillante paso.
Y luego observé algo que hizo que los cabellos se me erizaran en la nuca, algo tan trivial e inocuo que quizá cualquier otro nunca lo hubiera visto. Ya he dicho que la explanada había sido torturada por la caída de los meteoritos, de tal modo que estaba recubierta de una espesa capa de polvo cósmico, ese polvo que se extiende como un manto por la superficie de todos los mundos en los que no existen vientos que puedan turbarlo. Sin embargo, tanto el polvo como las señales dejadas por los meteoritos terminaban bruscamente en el borde de un amplio círculo en el centro del cual se hallaba la pirámide, como si un muro invisible la protegiera de las inclemencias del tiempo y del lento pero incesante bombardeo del espacio.
Sentí que alguien estaba gritando en mis auriculares, y finalmente me di cuenta de que Garnett me estaba llamando desde hacía rato. Avancé con paso vacilante hacia el borde de la explanada y le hice señas de que subiera, porque no me sentía muy seguro de ser capaz de hablar. Luego me giré de nuevo hacia el círculo en el polvo. Me incliné y tomé un fragmento de roca, y lo lancé, sin excesiva fuerza, hacia el brillante enigma. Si la piedra hubiera desaparecido al chocar contra aquella invisible barrera no me hubiera sorprendido, pero se limitó a caer al suelo, como si hubiera chocado contra una superficie curva.
Ahora sabía que el objeto que tenía ante mí no podía ser comparado con ninguna obra de mis antepasados. No era una construcción sino una máquina, que se protegía a sí misma a través de unas fuerzas que habían desafiado la eternidad. Aquellas fuerzas, cualesquiera que fuesen, seguían funcionando aún, y quizás yo me había acercado demasiado a ellas. Pensé en todas las radiaciones que el hombre había capturado y dominado en el transcurso del último siglo. Por lo que sabía, podía hallarme incluso condenado para siempre, como si hubiera penetrado en la atmósfera silenciosa y letal de una pila atómica no aislada.
Recuerdo que me giré hacia Garnett, que se había reunido conmigo y permanecía inmóvil a mi lado. Me pareció tan absorto que no quise molestarle, y me dirigí hacia el borde de la explanada esforzándome en ordenar de nuevo mis pensamientos. Allí, delante de mí, se extendía el Mare Crisium, extraño y fascinante para casi toda la humanidad, pero conocido y tranquilizador para mí. Levanté la mirada hacia la hoz de la Tierra que yacía en su cuna de estrellas, y me pregunté qué habían ocultado sus nubes cuando aquellos desconocidos constructores habían terminado su trabajo. ¿Era la humeante jungla del Carbonífero, la desierta orilla de los océanos sobre la que reptaban los primeros anfibios para conquistar la tierra firme..., o un período más anterior aún, el periodo de la soledad, antes de que la vida iniciara su desarrollo?
No me pregunten por qué no intuí antes la verdad, que ahora parece tan obvia. En la excitación del descubrimiento, me había convencido a mí mismo de que la aparición cristalina debía de haber sido construida por una raza que había vivido en el remoto pasado lunar, pero de pronto, con una terrible fuerza, me traspasó la certeza de que aquella raza era tan extranjera a la Luna como lo era yo.
En el transcurso de veinte años de exploraciones no habíamos hallado ningún otro rastro de vida a excepción de algunas plantas degeneradas. Ninguna civilización lunar, aún moribunda, podía dejar tan sólo una única prueba de su existencia.
Volví a mirar la resplandeciente pirámide, y me pareció más extraña que nunca a cualquier cosa perteneciente a la Luna. Y entonces, de golpe fue sacudido por un estallido de risa histérica, provocado por la excitación y por la excesiva fatiga. Porque me había parecido que la pirámide me dirigía la palabra y me decía: “Lo siento, pero yo tampoco soy de aquí”.
Hemos necesitado veinte años para conseguir romper aquel invisible escudo y alcanzar la máquina encerrada en aquellas paredes de cristal. Lo que no hemos podido comprender lo hemos destruido finalmente con la salvaje potencia de la energía atómica, y he podido ver los fragmentos de aquel hermoso y brillante objeto que descubriera allí, en la cima de la montaña.
No significaban absolutamente nada. Los mecanismos de la pirámide, suponiendo que lo sean, son fruto de una tecnología que se halla mucho más allá de nuestro horizonte, quizás una tecnología de fuerzas parafísicas.
El misterio continúa atormentándonos cada vez más, ahora que hemos alcanzado otros planetas y sabemos que sólo la Tierra ha sido cuna de vida inteligente en nuestro Sistema. Una civilización antiquísima y desconocida perteneciente a nuestro mundo no podría haberla construido, ya que el espesor del polvo meteórico en la explanada nos ha permitido calcular su edad. Aquel polvo comenzó a posarse antes de que la vida hiciera su aparición en la Tierra.
Cuando nuestro mundo alcanzó la mitad de su edad actual, algo que venía de las estrellas pasó a través del Sistema Solar, dejó aquella huella de su paso, y prosiguió su camino. Hasta que nosotros la destruimos, aquella máquina cumplió su cometido. Y empiezo a intuir cuál era.
Alrededor de cien mil millones de estrellas giran en el círculo de la Vía Láctea, y, hace mucho tiempo, otras razas de los mundos pertenecientes a otros soles deben de haber alcanzado y superado el estadio en el que ahora nos hallamos nosotros. Piensen en una tal civilización, muy lejana en el tiempo, cuando la Creación era aún tibia, dueña de un universo tan joven que la vida había surgido tan sólo en una infinitésima parte de mundos. La soledad de aquel mundo es algo imposible de imaginar, la soledad de los dioses que miran a través del infinito y no hallan a nadie con quien compartir sus pensamientos.
Deben de haber explorado las galaxias como nosotros exploramos los mundos. Por todos lados había mundos, pero estaban vacíos, o a lo sumo poblados de cosas que se arrastraban y eran incapaces de pensar. Así debía de ser nuestra Tierra, con el humo de los volcanes ofuscando aún el cielo, cuando la primera nave de los pueblos del alba surgió de los abismos más allá de Plutón. Rebasó los planetas exteriores apresados por el hielo, sabiendo que la vida no podía formar parte de sus destinos. Alcanzó y se detuvo en los planetas interiores, que se calentaban al fuego del Sol, esperando a que comenzara su historia.
Aquellos exploradores deben de haber observado la Tierra, sobrevolando la estrecha franja entre los hielos y el fuego, llegando a la conclusión de que aquél debía de ser el hijo predilecto del Sol. Allí, en un remoto futuro, surgiría la inteligencia; pero ante ellos quedaban aún innumerables estrellas, y nunca regresarían por aquel mismo camino.
Así pues, dejaron un centinela, uno de los millones que deben de existir esparcidos por todo el universo, vigilando los mundos en los cuales vibra la promesa de la vida. Era un faro que, a través de todas las edades, señalaba pacientemente que aún nadie lo había descubierto.
Quizás ahora comprendan por qué la pirámide de cristal fue instalada en la Luna y no en la Tierra. A sus creadores no les importaban las razas que luchaban aún por salir del salvajismo. Nuestra civilización les podía interesar tan sólo si dábamos prueba de nuestra capacidad de supervivencia, lanzándonos al espacio y escapando así de la Tierra, nuestra cuna. Este es el desafío que, antes o después, se plantea a todas las razas inteligentes. Es un desafío doble, porque depende de la conquista de la energía atómica y de la decisiva elección entre la vida y la muerte.
Una vez superado este punto crítico, era tan sólo cuestión de tiempo que descubriéramos la pirámide, y la forzásemos para ver lo que había dentro. Ahora ya no emite ninguna señal, y aquellos encargados de su escucha deben de haber vuelto su atención hacia la Tierra. Quizás acudan a ayudar a nuestra civilización, aún en su infancia. Pero deben de ser viejos, muy viejos, y a menudo los viejos son morbosamente celosos de los jóvenes.
Ahora ya no puedo mirar la Vía Láctea sin preguntarme de cuál de esas nebulosas estelares están acudiendo los emisarios. Si me permiten hacer una comparación bastante vulgar, hemos tirado del aparato de alarma, y ahora no podemos hacer otra cosa más que esperar.
No creo que tengamos que esperar mucho.

© Apocatastasis:
Ahora les toca a ustedes opinar sobre el sentido de la película o sobre el sintido mismo de la vida.
Un cordial saludo

miércoles, 16 de septiembre de 2009

¿Por qué Zapatero no me coge el teléfono?


Cuando era pequeño, mi vena transgresora aprovechaba cualquier oportunidad para soltar por mi casta boquita un improperio o taco...ataño llamada palabrota, es decir, una palabra grande. Con el tiempo me he dado cuenta que esas grandes palabras de las que dispone nuestro menospreciado idioma incorporan en su pronunciación mas información de la que por si mismas transmiten guiándonos exclusivamente por su significado literal.
Recuerdo mis tiempos mozos cuando mi educación estaba en boca de todos menos en la mía, la simple ausencia de mis progenitores durante cinco minutos era aprovechada por mi para soltar una retaíla de cagamientos y carallos, como buen gallego, impropio de un concubino como yo. Eso era fruto de la presión de una educación postfranquista, que necesitaba si o si una válvula de escape por donde soltar toda esa espontaneidad reprimida.
A día de hoy no suelo utilizar términos malsonantes o de carácter hiriente al oído ajeno, pero en ocasiones es necesario utilizarlos, no como un arma arrojadiza, sino como una riqueza de nuestro vocabulario y con la intención de enfatizar algunas opiniones.
Esta pequeña introducción viene dada por el extremado cansancio que me produce ver y oír las noticias, en las que solo salen eventos socialistas invadidos por el glamour que proporciona la presidencia del gobierno y réplicas de una oposición obsoleta y sin mordiente con las que no comparto en absoluto ideales pero que me produce simpatía al igual que el PSOE cuando Aznar dirigía el futuro de todos aquellos que todavía creen en una grande e imperiosa España. Es ese ramalazo sensible que te hace apoyar siempre al desvalido, como cuando juega el Madrid contra el Benidorm y todos en nuestro interior queremos que Gorka Laborda remate de cabeza el centro de Jorge Pinto y el Madrid quede una vez mas eliminado de la copa del rey para disfrute semanal de currelas como yo, que no tengo otra cosa en la que pensar mientras meto en una cajón de madera, que huele burdel de los baratos, 21 lubinas, ni 20 ni 22, 21.
Reconozco la necesidad de ser comedido en palabras cuando hablas y expones unas ideas y pensamientos propios que nadie tiene por que compartir, pero resulta francamente complicado no cagarse en la puta madre del dueño de hacienda cuando se queda con tres meses de tu trabajo, mientras yo me quedo con los madrugones y los dolores de espalda, tirado en cama sonriendo de medio lado al cabrón de dos años que juega con los pelos de mi nariz y me sisa el resto de mi sueldo en pañales y potitos.
En realidad, ni trabajo en la lonja ni tengo un gusano de dos años ni simpatizo con el mas débil, vivo para mi y por mi porque nadie lo va a hacer por mi y estoy "ata o carallo" de estupideces y postureos absurdos de todos aquello que tienen algo de poder, de todos aquellos que tienen las agallas suficientes para disponer de la vida de los demás, de aquellos que tienen los cojones de ocupar puestos de gran responsabilidad pero que manchan los gallumbos cuando se equivocan o no saben y alguien les susurra al oído una palabrota... DIMISIÓN.

jueves, 3 de septiembre de 2009

I can´t get now


La vida es un juego, una partida sobre un enorme tablero condicionada por su inexorable finalización, como en cualquier juego siempre hay alguien que gana pero inevitablemente siempre hay alguien que pierde, mientras la gran mayoría se conforma con participar.
Recuerdo cuando era pequeño y jugaba con mi hermano a curiosos e imaginarios juegos donde las normas eran acordadas antes de empezar y estas aseguraban que los momentos de esparcimiento llegaran a buen término. Sin darnos cuenta aplicábamos una lógica fundamental a nivel nené para no tener que llegar a las manos y sin darnos cuenta mi hermano y yo poníamos nuestras propias leyes en busca de una justicia que hiciera los juegos más interesantes y divertidos a la par que competitivos, logrando una armonía que dotaba de posibilidades a cualquiera de los participantes independientemente de las diferencias generacionales, físicas o intelectuales.
Hoy en día la vida sigue siendo un juego pero a un nivel que a mi hermano y a mi se nos escapa de las manos, ahora ya no ponemos las reglas sino que las reglas están establecidas por alguien al que ni si quiera conocemos y éstas se aplican desde una lógica a nivel adulto, la justicia a desaparecido y no todos los participantes tienen las mismas posibilidades de ganar, dichas normas pueden ser cambiadas, siempre que esa persona que no conocemos lo considere oportuno, y las diferencias sociales, culturales, físicas y generacionales son un hándicap incontestable.
Las pensiones de los 20 desaparecen a los 50, las jubilaciones a los 65 aparecen a los 75, los impuestos a los 30 se transforman en imposiciones a los 80 porque al fin y al cabo, los juegos no son los mismos que cuando yo era un chaval por lo que las nuevas generaciones tendrán que adaptarse a su realidad, pero hay algo que nunca cambia y eso es esa persona anónima que pone las normas, todo el mundo ha oído hablar de ella pero nadie la conoce y sin darle más vueltas me juego un órdago a la grande pues como mucho lo pierdo todo…

lunes, 24 de agosto de 2009

Tic-tac


…es posible que lleve toda mi vida escuchando este sonido, adaptando mi vida a él, incluso cuando no lo escucho lo tengo presente, como si se encontrara detrás de mi para darme un toque de advertencia cada vez que me demoro sea cual sea mi labor.
Algunas veces me despierto agitado y sudoroso, mi primer movimiento siempre se lo dedico a él y una vez que lo miro me quedo tranquilo, su propio susurro me acuna para que de nuevo me quede dormido al calor de su compañía, pero no siempre ha sido así, en alguna ocasión he perdido los papeles pasando de sesenta pulsaciones por minuto en reposo a ciento cincuenta corriendo como pollo sin cabeza por toda la casa para salir medio vestido y con la petrina abierta pasándome por el forro todas las señales de tráfico hasta llegar a ese agujero que algunos compañeros llaman trabajo.
Recuerdo mi primer salario en mi primer trabajo, un trabajillo por horas con el cual no cotizaba ni tenía seguridad social pero que me produjo los suficientes beneficios como para ir a una joyería y comprarme el reloj que mas me gustaba de todos, no repare en gastos porque la ocasión lo merecía, pero sin darme cuenta, adquiría un compromiso de por vida con esa cuarta dimensión llamada tiempo que hasta el día de hoy tantos disgustos me ha dado.
Reconozco que si quieres cohabitar debes cumplir ciertas normas y el tiempo es una de ellas pero en ocasiones convertimos al tiempo en un mecanismo de esclavitud y manipulación llegando a rozar lo absurdo y lo enfermizo en una misma esfera.
…y una vez más en la radio suena esa canción… tic tac, tic tac, tic tac, tic tac…

domingo, 16 de agosto de 2009

Entre el cielo y el infierno


El ser humano es fascinante, somos capaces de lo mejor y lo peor, somos impredecibles e ilimitados, en fin, que no tenemos medida.
A lo largo de la historia el hombre ha demostrado que es capaz de explorar todos y cada uno de las posibilidades que posee, en conjunto e individualmente. Hemos sido capaces de crear sociedades y religiones, pueblos y ciudades, costumbres y tradiciones, en definitiva, hemos investigado todos los caminos posibles en busca de aquellos que se adapten a la medida de nuestras necesidades, pero también hemos creado bólidos y utilitarios, cigarros y puros, apartamentos y mansiones, faldas largas y minifaldas, es decir, hemos jugado con los extremos intentando superar nuestros propios límites.
Pero es fácil olvidarse que entre los pies y la cabeza hay un cuerpo que aproximadamente constituye el 80% del hombre, buscamos el no va más y nos olvidamos de algo tan importante como un nexo de unión entre los dos puntos más distantes, entre Hitler y Santa Teresa de Jesús por necesidad debe existir un amplio abanico de personalidades que den sentido a la aparición de semejantes entes, pues entre el bólido y el utilitario hay un monovolumen y entre un cigarro y un puro intercalamos una puta.
En psicología se llama norma a los resultados promedio obtenidos a partir de las mediciones de un número suficiente de individuos. Gracias a la norma podemos analizar un resultado individual con los otros individuos de la población. Lo que permite encasillarnos dentro de una de esas escalas sociales.
Lamentablemente yo pertenezco a ese extenso grupo que se encuentra entre Robin Hood y Sheriff de Nottingham, lo que me encasilla entre multitud de personajes que en realidad me asustan hasta a mi. Mi lugar en el ranking social podría estar entre el hombre más bajo del mundo, junto al tipo con la lengua más larga o con el fulano que se cuelga mas pinzas de la cara y el que da más patadas a un balón sin que éste toque al suelo o con aquel anónimo que tenga la eyaculación más precoz.
Esto me sitúa en una situación francamente comprometida pues las estadísticas no engañan y lo complicado ahora es aceptar la situación que uno debe ocupar en este mundo, junto a auténticos tarados socialmente aceptados, que una vez más ponen a prueba nuestra cordura y nos recuerda nuestra constante condición de borderlines.

viernes, 17 de julio de 2009


La perfección no existe pero si la implacable rigidez de nuestras leyes

miércoles, 15 de julio de 2009

El noble arte de lucubrar


Si hay algo que me guste más que chuparme el dedo pulgar, (manía que arrastro desde la infancia) eso es poder hablar de todo aquello que me dé la gana con total impunidad. No hay nada mejor en este mundo que poner a caer de un burro a alguien o opinar sobre lo que hacen los demás y lo bueno es que ni si quiera necesitas saber absolutamente nada de aquello de lo que hablas, simplemente alegando opinión personal evitas cualquier tipo de réplica al comentario en cuestión.
En cuantas ocasiones habré oído a la vecina del quinto quejarse de las cortinas que ha puesto la del cuarto en el salón, que para su opinión afean por completo la estética del edificio visto desde la calle, o a mi compañero del trabajo soltando perlitas en forma de envidia cuando habla de las llantas de 18` que le ha puesto el jefe a su Audi nuevo.
Cualquier tema es bueno siempre que no hablemos de mi vida privada ya que no le permito a nadie que hable o haga conjeturas sobre mis intimidades.
Las televisiones les dedican toda su programación en horario infantil a hablar de los demás sin ton ni son, es decir, nos educan sin querer para ser unos perfectos criticones y nosotros nos pasamos el resto de la vida perfeccionándonos en lo que nos han enseñado desde pequeños ya que es lo que mejor sabemos hacer.
Los diarios nos transmiten criticas todos los días en forma de “opiniones” pero solo un cinco por ciento de los comentarios publicados en estos medios de comunicación nos ofrecen una alternativa a cualquier desacuerdo expuesto mientras los profesionales del medio se permiten el lujo de hacer periodismo de autor.
Todos los medios de comunicación toman partido en alguna causa, ¡ Incluso los deportivos!, independientemente del medio que sea, radio (cope), televisión (tv1), prensa (la razón) ,etc.
Es posible que si nos enseñaran el mundo tal y como es, nosotros, los ciudadanos de a pie, esos maleables seres que recorren las ciudades y los pueblos de esta plus ultra nación, tuviéramos algo interesante que decir en lugar de dedicar toda nuestra energía en reclamar una farola para la plaza mayor o dos papeleras mas de camino al trabajo.

lunes, 13 de julio de 2009

Al carajo!!!


Las cosas cambian y con ellas lo hacemos también nosotros, vivimos en un país acostumbrado al constante cambio lo que nos convierte en auténticos camaleones sociales, esto nos permite tener siempre la cabeza fuera del agua independientemente de cual sea el estado de la marea y al mismo tiempo tener una doble vara de medir dependiendo de por donde sople el viento.
La capacidad de cambio es una peligrosa arma de doble filo, capaz de convertir al ciudadano en un espectacular todoterreno, amoldándose a todo tipo de circunstancias, pero por otro lado crea una incertidumbre constante que nos trasforma en autenticas marionetas insensibles al estímulo propio y sin iniciativa, es decir, que se nos gana con palabrería barata o con el mero hecho de salir en la tele, con una sonrisa y un traje de Armani.
Ahora somos especialistas en terminología ambigua, asumimos con total normalidad y sin rubor alguno que nos traten de idiotas porque con la rapidez de un galgo nos reciclamos en busca de una alternativa, sin inmutarnos lo más mínimo, simplemente lo hacemos porque ya lo hemos hecho otras veces y así nos han dicho que se haga.
Hemos pasado de ser un país bananero de la Europa occidental a sugerir nuestra participación en las cumbres de más alto nivel y con total normalidad nos hemos dicho los unos a los otros que lo merecíamos y una vez más nos hemos amoldado al cambio y nos convertimos en verdaderos europeos, hemos pasado de estar a primer nivel mundial a sumirnos en la peor crisis de la historia y no hay ningún problema, nos vamos a la puta calle sin rechistar porque así lo precisa nuestro gobierno y nosotros asumimos los cambios.
Una vez mas ser gilipollas es genial porque se nos gana con palabras difusas como pactos, medidas, reuniones, actuaciones, soluciones, negociaciones, alternativas, etc. ¿Qué pasara el día que alguien se plante y exija verdad en lugar de palabras a medias? Ese día nos iremos todos al carajo porque la verdad será un cambio demasiado drástico.

Segundas oportunidades


Cuando era pequeño, por ahí por los 70, mis padres y la sociedad de la época me dieron, queriendo o sin querer, una educación basada en valores tradicionales con un marcado carácter familiar y una ética universal que se encargaría de mantener mi conciencia siempre a salvo de cualquier tentación.
Estas sólidas y recias enseñanzas guían todavía mis pasos cuando la disyuntiva me aborda y he de tomar una decisión, pero la vida evoluciona y la educación cambia y las situaciones cotidianas son muy diferentes a las que yo estaba acostumbrado y para las que había sido preparado.
En mis tiempos cuando alguien tomaba una decisión, aunque fuera la errónea, simplemente se levantaba la cabeza y se asumían las consecuencias, con total dignidad, sabiendo que el aprendizaje estaba asegurado. Si por el contrario la decisión o la acción era la correcta, uno se sentía orgulloso de si mismo y al mirarse al espejo la cara representaba el alma, un alma limpia y deslumbrante.
Una vez le he oído a alguien citar algo que me llamó la atención sobremanera y decía asi: -evolucionar o morir. En ese momento no le encontré demasiada lógica a tal afirmación, pues pensé que cada individuo es libre de escoger el tren que más se adapte a sus necesidades, pero ahora todo es diferente.
Las mentalidades ya no son las mismas y tendemos a equiparar evolución con innovación, materializando una palabra tan bella y tan absolutamente importante y relevante para el ser humano como la mismísima evolución.
Los cambios se introducen casi sin darnos cuenta y sin saber como ahora nos encontramos en la era de las segundas oportunidades.

domingo, 28 de junio de 2009

¿y si no hubiera despertado hoy?



Y la sensación tan maravillosa con la que me levante de la cama esta mañana se está poco a poco desvaneciendo, ese glorioso día que me estaba esperando se ha convertido en otro día de esos donde la desidia invade todo aquello que hago y hace acto de presencia allá donde vaya, la inapetencia se hace dueña de todos mis actos y el sol que se cuela por entre las cortinas no es suficiente como para hacerme salir de casa.
Efectivamente hoy es uno de esos días de bajón y no necesito ir a ningún médico para que me diagnostique este asqueroso día de mierda.
Donde antes veía flores y naturaleza viva por todas partes ahora veo cemento y plazas de aparcamiento vacías o llenas… hasta eso me da igual. Donde antes veía chicas guapas ahora veo auténticos adefesios que me sonríen al pasar. Donde antes veía dvd..s ahora no veo BlueRain. Donde antes veía luces de colores ahora veo puticlubs. Donde antes veía higos ahora veo zanahorias. Donde antes veía jóvenes ahora veo ancianos. Donde antes veía C.S.I. ahora veo teletienda. Donde antes veía luz ahora veo oscuridad. Donde antes veía un confortable sofá ahora veo una mesa camilla. Donde antes veía azúcar ahora veo sal. Donde antes veía posibilidades ahora veo puertas cerradas. Donde antes veía vino ahora veo agua mineral sin gas, porque hoy es unos de esos días, uno de esos donde todo es un asco.
Pero los bajones son bajones y quizás mañana sea un buen día porque si algo tienen de bueno esos días de mierda es que al día siguiente es posible que no todo vaya tan mal y posiblemente donde hoy veo plazas de aparcamiento, mañana vea un excelente sitio para dejar el coche mientras hago la compra, donde hoy veo un autentico adefesio, mañana vea una fantástica posibilidad de hacer una amiga, donde hoy no puedo ver BlueRain, mañana pueda ver una peli .avi por el morro, donde hoy veo puticlubs, mañana vea una opción para tomar una copa, donde hoy veo zanahorias, mañana vea peras, donde hoy veo ancianos, mañana vea jovencitas en bikini, donde hoy veo teletienda, mañana vea la peli guarra de Localia, donde hoy veo una mesa camilla, mañana vea un mueblebar, donde hoy veo sal mañana vea entra, donde hoy veo puertas cerradas mañana vea oficinas del inem, donde hoy veo agua mineral sin gas mañana vea un buen albariño.
Aquel día de bajón pasará a la historia como otro día más de resaca, como tantos otros que ya han pasado y como muchos otros que están por llegar.

sábado, 27 de junio de 2009

Anu-Cerebrum

Es posible que el hombre tenga la necesidad de hacer las cosas mal por cuestiones de aprendizaje, en realidad lo desconozco y tendría que recurrir a algunos psicólogos o psiquiatras para resolver esta duda. Lo que si es cierto es que el hombre tiene una capacidad innata para olvidar aquello que no le interesa, aquellos errores que cometemos pero que de alguna manera pueden ser fácilmente subsanados pasan directamente a una zona del cerebro en la que almacenamos la información de desecho para su posterior eliminación la cual se llama ano-cerebral.
La historia tiene multitud de ejemplos, Hitler se echo las manos a la cabeza por mandar sus tropas a Rusia con el frío y la nieve en su contra en vez de reconocer que matar a millones de judíos podía resultar un pelín excesivo y ofensivo, ano-cerebral, de la misma manera que Felipe II culpo a los elementos cuando naufrago la armada invencible en las costas británicas en vez de reconocer que no queríamos esa isla perdida de la mano de dios absolutamente para nada, al ano-cerebral y asunto zanjado.
Personalmente, mi jefe ha mandado la información de mi no renovación a su ano-cerebral para su posterior eliminacion y yo a su vez he enviado la información de mi jefe a un pequeño recuncho que me queda en mi mas que maltratado cerebro que se llama memoria para recordar que su ano-intestinal siempre tendrá un hueco para mi.
La capacidad de errar varía dependiendo de la persona y el tamaño de su esfínter-cerebral es directamente proporcional a la capacidad anteriormente citada, sobra decir que en algunos sujetos se producen ciertos atascos, denominados estreñimiento-mental, esta pequeña alteración suele dar como consecuencia una enfermedad crónica que en la mayor parte de los pacientes anal-izados desemboca en una almorrana-pericerebral.Esta enfermedad logra su punto álgido cuando por culpa de la congestión las neuronas se dan de cabezazos las unas a las otras buscando en vano una salida.
Esta plaga del siglo XXI tiene una cura conocida,,consiste en golpearse las pelotas con dos piedras hasta que estallen, aligerando así la presión sanguínea y ayudando de esta manera a relajar los esfínteres (todos). Como comentaba al principio de mi coloquio, esta mal se torna crónico con regularidad lo que por lo general obliga a zapatearse los testículos con dos crollos todas las mañanas (a poder ser cantos rodados,aunque las diferencias son mínimas)
Particularmente, mi jefe opto por una técnica naturista para rebajar la tensión sanguínea en su ano-cerebral la cual consistía en no pensar, eludir responsabilidades y ser un zoquete parecer un mequetrefe y actuar como un gualtrapa.

PD:Si por algo quiero a mi jefe es por su forma de ser.

sábado, 16 de mayo de 2009

Cuando nadie quiere vivir


Cuando me acostumbro a algo es fácil dejarme ir, hacer lo que hasta ahora estaba haciendo sin preocupaciones ni tensiones, sin cambios ni alteraciones, simplemente hago lo que tengo que hacer y punto. Yo me lo guiso y yo me lo como, sin la necesidad de preguntar a nadie o de esperar mi turno para actuar o no actuar, simplemente yo.
Ahí fuera hay gente, personas que se mueven y hacen cosas, gentes ocupadas y gentes que no lo están, personas que se dirigen a alguna parte y otras que simplemente esperan a que alguien las empuje hasta su próximo destino, y entre todos ellos estoy yo, juntos pero no revueltos, vivo cuando nadie quiere vivir, todo el mundo aprovecha mi salida a escena para descansar y refrigerarse, un solo de batería cuando no hay nadie más para mantener el ritmo de la vida.
Tras mi momento de gloria las luces se apagan y el sol hace acto de presencia, inequívoco signo del final de mi actuación, que hoy como ayer ha servido para que nada cambie, todo el mundo es la misma persona después de que yo haya hecho todo lo que se esperaba de mí, no he solucionado nada pero he conseguido que una vez más nadie note la deferencia, no hay un antes y un después, tan solo un stand by, un hilillo de energía que mantiene un insignificante piloto encendido.
Ahora soy yo el que alcanza el gozo de la muerte, y tras ella aparece la vida, la luz lo invade todo y el mundo nuevamente se pone en marcha sin pedir permiso, simplemente hacen lo que tienen que hacer porque así ha sido siempre, pero algún día regresaré con más fuerza que nunca y exigiré trabajo, esfuerzo, dedicación, como hasta ahora a mí se me ha exigido, aunque nadie me lo impusiera simplemente se esperaba de mi que sostuviera el peso del mundo cuando todo el mundo había renunciado a ello.
Al final y como alguna vez he prometido, resurgiré de las tinieblas para al fin mirar cara a cara al sol y reconocer su victoria, ¿mis pecados? Los de cualquier otro que vive con la inestimable compañía de la luna.

jueves, 30 de abril de 2009


Un buen mecanismo para evitar situaciones insostenibles es el sano ejercicio de introspección pero es posible que si miramos hacia nosotros mismos no nos guste lo que veremos y eso es la realidad de alguien que se apoya en la vida de los demás para llenar de alicientes la suya propia, un hobby a tiempo puede evitar muchas desgracias.

martes, 28 de abril de 2009

Un filósofo de sillón en domingo de resaca

Es estupendo ver como sin querer este mundo sigue su curso sin la necesidad de una aportación individual imprescindible en forma de mi. Me llena de tranquilidad saber que aunque yo no este aquí para verlo, todo seguirá funcionando mas o menos de la misma manera y algo así debe de pensar el creador de Windows o el del gotelé, reconociendo que solo son una imagen de algo que han creado y que les superara en nombre y les sobrevivirán en el tiempo porque la vida sigue su curso sin esperar a que los viajeros se suban al tren y por encima de cualquier rezagado corriendo con los billetes en la mano.
Es muy importante ser consciente de nuestro lugar en el universo y no convertir nuestras propias negligencias o nuestros errores en una conspiración a nivel mundial para que a mi me vaya mal y fracase en todas mis empresas.
Es incomprensible ver y sentir como sin querer nos dejamos contagiar por un vano y engañoso sentimiento de superioridad ante los demás seres que nos rodean y sentir que solo yo tengo la razón total e infinita, mientras el resto solo dan palos de ciego en el multitudinario desierto del desconocimiento, celebrando entre iguales el día mundial de la ignorancia.
Pensábamos que habíamos superando por ahí por el siglo XII los males de un pensamiento egocéntrico que no nos llevaba a ninguna parte y limitaba nuestra visión de la vida evitando nuestra evolución, pero la teoría cíclica de la vida nos ha devuelto una vez mas al mismo sitio y de nuevo culpamos de nuestros males a devenir divino de los acontecimientos, derivando nuestra responsabilidades en becerros de oro con forma de objetos inertes dotándolos de vida y maldad. El mal uso de conocimientos a medias nos lleva una vez más a culpar a los vehículos de las muertes en carretera o a los mercados de nuestro mal estado económico cuando en realidad los coches los conducimos nosotros y en nuestra mano esta no hacer uso de la manada de caballos que se encuentran bajo el capó o en ser conscientes de nuestras limitaciones y no pedir hipotecas y préstamos a diestro y siniestro para poder irnos de vacaciones a Petra como unos principitos cualquiera mientras el resto del año nos acordamos de la madre de aquel que sube los tipos de interés para que cada día nos ahoguemos un poco mas entre sumas y números a medias que no hacen sino decirnos a gritos que no podemos vivir en un dúplex en pleno centro.
Como un buen pensador que soy y medio filosofo de sofá los domingos por la tarde busco en balde una solución para este mundo que mejore el sistema actual que tan solo nos ha llevado unos dos mil años y pico en aprender y dar un golpe de efecto que me envíe a la velocidad de la luz a los libros de texto del próximo sistema educativo pero me pierdo en criticas más importantes y empresas más gratificantes como denunciar el precio del barril de crudo o el sistema bancario actual o el penalti en el último minuto que hizo perder el partido al equipo que yo mas quiero y que algún día subirá de primera regional para ser la revelación del año en segunda b.
Y sin más la vida sigue su curso y mi futuro se ve claro como el anticiclón de las azores, seguiré como siempre culpando a los bancarios por concederme créditos que jamás podre pagar, a la televisión por venderme un nivel de vida que no me puedo permitir y a mis congéneres por animarme en mis proyectos estúpidos que no me llevaran nunca a ningún lado pero que servirán para su regocijo como para mi satisfacción personal sirven los fracasos de los demás.

viernes, 17 de abril de 2009

El sentido de la vida

Durante siglos el hombre no ha cesado en su intento de descubrir el sentido de la vida, la finalidad de toda una vida de emociones, de sentimientos encontrados, de locuras y pasividad, de inquietudes y desidias.
Las religiones han sido durante años una balsa en el medio de un océano de incertidumbres, tan solo hay que creer. Cualquiera de las religiones sobre la faz de la tierra nos promete el oro y el moro a cambio de nuestra alma en vida, toda una vida de dedicación a sus creencias para al fin lograr el acceso a la tierra prometida, el paraíso o cielo, el harén o la salvación, singularmente todas y cada una de las religiones basan su poder en algo intangible, una vida más allá de esta donde se nos recompensarán las penurias de la actual. Da igual si el futuro nos depara el descanso eterno en una linda casita a la vera de la playa junto a San Pedro y San Lucas o por el contrario nos depara una reencarnación en vaca en el mismo centro de Nueva Delhi, el funcionamiento es el mismo basado siempre en el sufrimiento del creyente.
La vida era mucho más sencillo cuando en este mundo reinaba por completo el desconocimiento, ningún ciudadano de a pie ponía en duda la palabra de su gurú espiritual lo que posibilitaba unos planteamientos mucho más directos y facilones, te podías permitir el lujo de ser un autentico cabrón durante toda tu vida porque a última hora y con la muerte en los talones recurrías a la compra de indulgencias que en 1500 la iglesia católica concedía a cambio de una generosa aportación económica, redimiendo así todos tus pecados. Hoy por hoy debes asistir todos los domingos a la iglesia y hacer un montón de cosas más para conseguir lo que antes se lograba con un simple cheque.
Esta sociedad carece de una base firme de conocimientos espirituales y culto a la propia persona y sus raciocinios, uno ya no sabe si creer a los científicos que aseguran que la vida del planeta, y con él la nuestra, cuenta con fecha de caducidad o continuar con las religiones que nos aseguran un futuro incierto en un lugar incierto.
Yo personalmente creo en un ser superior, no sé si será Rajoy o Zapatero, pero creo firmemente en la religión del desconocimiento, donde todos debemos saber lo justo para llegar a nuestro puesto de trabajo sin perdernos por el camino y ejercer nuestra labor como lo hacen el resto de nuestros conciudadanos, levantando las economías de otros seres superiores que yo llamaría profetas, para que así el circulo que marca nuestra existencia por fin se cierre y todos podamos ser felices al fin sin tener que esperar a promesas paradisíacas.
Las mayores religiones del mundo durante toda su existencia se han basado en el desconocimiento del pueblo para avasallar y decidir reglas de comportamiento que los situara donde a ellos les convenía, ahora somos por media igual de inteligentes que en año 700 pero con conocimientos diferentes y un pelín más globales lo que nos sitúa en pleno punto de mira de una nueva religión, la economía, que terminara de una vez por todas con el resto de religiones, haciendo de este planeta un lugar más global si es posible. Si todos nos regimos por los mismos principios el entendimiento está asegurado y la rivalidad será nuestra recompensa.
Contamos con una libertad que jamás podrían haber imaginado nuestros ancestros, podemos decir casi de todo y hacer casi de todo, en nosotros está siempre la última palabra pero carecemos de conocimientos y determinación lo que hace imprescindible someternos a un ente que nos domine y complete nuestra existencia dándole un significado al fin, porque la vida de experiencias apasionantes, recuerdos imborrables, satisfacciones y sufrimientos aun no es suficiente para dar sentido a nuestras vidas.