miércoles, 16 de septiembre de 2009

¿Por qué Zapatero no me coge el teléfono?


Cuando era pequeño, mi vena transgresora aprovechaba cualquier oportunidad para soltar por mi casta boquita un improperio o taco...ataño llamada palabrota, es decir, una palabra grande. Con el tiempo me he dado cuenta que esas grandes palabras de las que dispone nuestro menospreciado idioma incorporan en su pronunciación mas información de la que por si mismas transmiten guiándonos exclusivamente por su significado literal.
Recuerdo mis tiempos mozos cuando mi educación estaba en boca de todos menos en la mía, la simple ausencia de mis progenitores durante cinco minutos era aprovechada por mi para soltar una retaíla de cagamientos y carallos, como buen gallego, impropio de un concubino como yo. Eso era fruto de la presión de una educación postfranquista, que necesitaba si o si una válvula de escape por donde soltar toda esa espontaneidad reprimida.
A día de hoy no suelo utilizar términos malsonantes o de carácter hiriente al oído ajeno, pero en ocasiones es necesario utilizarlos, no como un arma arrojadiza, sino como una riqueza de nuestro vocabulario y con la intención de enfatizar algunas opiniones.
Esta pequeña introducción viene dada por el extremado cansancio que me produce ver y oír las noticias, en las que solo salen eventos socialistas invadidos por el glamour que proporciona la presidencia del gobierno y réplicas de una oposición obsoleta y sin mordiente con las que no comparto en absoluto ideales pero que me produce simpatía al igual que el PSOE cuando Aznar dirigía el futuro de todos aquellos que todavía creen en una grande e imperiosa España. Es ese ramalazo sensible que te hace apoyar siempre al desvalido, como cuando juega el Madrid contra el Benidorm y todos en nuestro interior queremos que Gorka Laborda remate de cabeza el centro de Jorge Pinto y el Madrid quede una vez mas eliminado de la copa del rey para disfrute semanal de currelas como yo, que no tengo otra cosa en la que pensar mientras meto en una cajón de madera, que huele burdel de los baratos, 21 lubinas, ni 20 ni 22, 21.
Reconozco la necesidad de ser comedido en palabras cuando hablas y expones unas ideas y pensamientos propios que nadie tiene por que compartir, pero resulta francamente complicado no cagarse en la puta madre del dueño de hacienda cuando se queda con tres meses de tu trabajo, mientras yo me quedo con los madrugones y los dolores de espalda, tirado en cama sonriendo de medio lado al cabrón de dos años que juega con los pelos de mi nariz y me sisa el resto de mi sueldo en pañales y potitos.
En realidad, ni trabajo en la lonja ni tengo un gusano de dos años ni simpatizo con el mas débil, vivo para mi y por mi porque nadie lo va a hacer por mi y estoy "ata o carallo" de estupideces y postureos absurdos de todos aquello que tienen algo de poder, de todos aquellos que tienen las agallas suficientes para disponer de la vida de los demás, de aquellos que tienen los cojones de ocupar puestos de gran responsabilidad pero que manchan los gallumbos cuando se equivocan o no saben y alguien les susurra al oído una palabrota... DIMISIÓN.

jueves, 3 de septiembre de 2009

I can´t get now


La vida es un juego, una partida sobre un enorme tablero condicionada por su inexorable finalización, como en cualquier juego siempre hay alguien que gana pero inevitablemente siempre hay alguien que pierde, mientras la gran mayoría se conforma con participar.
Recuerdo cuando era pequeño y jugaba con mi hermano a curiosos e imaginarios juegos donde las normas eran acordadas antes de empezar y estas aseguraban que los momentos de esparcimiento llegaran a buen término. Sin darnos cuenta aplicábamos una lógica fundamental a nivel nené para no tener que llegar a las manos y sin darnos cuenta mi hermano y yo poníamos nuestras propias leyes en busca de una justicia que hiciera los juegos más interesantes y divertidos a la par que competitivos, logrando una armonía que dotaba de posibilidades a cualquiera de los participantes independientemente de las diferencias generacionales, físicas o intelectuales.
Hoy en día la vida sigue siendo un juego pero a un nivel que a mi hermano y a mi se nos escapa de las manos, ahora ya no ponemos las reglas sino que las reglas están establecidas por alguien al que ni si quiera conocemos y éstas se aplican desde una lógica a nivel adulto, la justicia a desaparecido y no todos los participantes tienen las mismas posibilidades de ganar, dichas normas pueden ser cambiadas, siempre que esa persona que no conocemos lo considere oportuno, y las diferencias sociales, culturales, físicas y generacionales son un hándicap incontestable.
Las pensiones de los 20 desaparecen a los 50, las jubilaciones a los 65 aparecen a los 75, los impuestos a los 30 se transforman en imposiciones a los 80 porque al fin y al cabo, los juegos no son los mismos que cuando yo era un chaval por lo que las nuevas generaciones tendrán que adaptarse a su realidad, pero hay algo que nunca cambia y eso es esa persona anónima que pone las normas, todo el mundo ha oído hablar de ella pero nadie la conoce y sin darle más vueltas me juego un órdago a la grande pues como mucho lo pierdo todo…