miércoles, 31 de marzo de 2010

¿Quién nos enseña a morir?


En la vida hay ciertas vivencias para los que nunca nadie logra educarte, no son pocos los años y los intentos que nuestros padres dedican a enseñarnos sus propias experiencias vitales en busca de reducir, en la medida de lo posible, el sufrimiento que en algunos momentos de nuestra vida estamos condenados a padecer.
¿Cómo enseñar a un hijo a sufrir? Hay cosas que los padres no pueden sino aproximar verbalmente, en un vano intento de protección, pero la lectura de un significado según la real academia española de la lengua no llega y en realidad es la decepción y los llantos los que nos enseñan a ser cautos o quizás a no intentarlo jamás y así el concepto queda, fijado para siempre, en forma de dolor.
Tras la primera derrota el cuerpo se acostumbra y tan solo espera la muerte, la última de las sensaciones vitales y la que en realidad nos enseña a añorar incluso el sufrimiento.

lunes, 1 de marzo de 2010

Tormentas


En las jornadas previas a una tormenta tropical de proporciones descomunales, lo único que se me ocurre es tirar de psicoanálisis para no llevarme causas pendientes allá donde quiera que me arrastren las turbulencias atmosféricas que se avecinan.
Que si el sentido de la vida…, que si no somos nadie…, que se me ha olvidado decirles que los quiero a un montón de gente…,pero desgraciadamente lo que a mi me motiva es la mala hostia y de esa tengo bastante pues sufro de encabronamiento crónico
Hay un tema que me supera por encima de todo, se trata de las ofensas personales, no me gusta que me falten al respeto y eso lo llevo muy mal. Por lo general tiro de la palabra para explicar mis puntos de vista sin intentar convencer a nadie, simplemente expongo lo que considero pertinente y sorprendentemente me quedo tranquilo pero mis discusiones suelen ser verbales lo que significa que tengo a mi interlocutor delante o quizás al otro lado del teléfono, el problema se me presenta cuando aquella con la que quiero discutir se encuentra fuera de mi alcanze.
Me encantaría decirle a doña Rosa Diez que si realmente quiere hacer buen uso del diccionario con una pizca de habilidad política debería utilizar otro de los innumerables sinónimos que existen para calificar a señor Zapatero de gallego, es decir, cordial, respetuoso, trabajador, fiel, educado, etc. Me gustaría que esta señora me explicara la razón que le empujo a presentarse como representante política en nuestra comunidad y que justifique sus pésimos resultados que dicen muy poco de ella si ni siquiera es capaz de convencer o engañar a una pandilla de gallegos para que la voten…
Yo propondría una solución para este tipo de gente que no se encuentra a gusto consigo misma ni con la gente que le rodea, a esa gente incongruente y que creen que el resto del mundo debe amoldarse a ellos…les proporcionaría un mundo a su medida en la isla perejil.
Allí mandaría a Rosa Diez a Aminatou Haitar y a todos esos glamurosos artistas de este país que usan un doble rasero, apoyando las causas de la saharaui en busca de su pasaporte particular pero cierran la boca cuando un componente de ETA lucha por similares ideales, aunque sobra decir que los métodos de estos últimos son impermisibles . Invitaría a esa isla a todos esos políticos que permiten a la activista utilizar el patrimonio de este pais a su antojo y luego le permiten regresar a territorio nacional para hacerse reconocimientos médicos, ¿irónico verdad?
La lengua castellana está en permanente crecimiento lo que nos proporciona infinidad de posibilidades a la hora de comunicarnos. Yo les propongo a los ilustrísimos señores de la rae que introduzcan el adjetivo “español” para calificar a alguien que carece de habilidad política, alguien que permite a Aminatou Haidar entrar en España sin las documentaciones necesarias, le permiten chantajear a dos grandes naciones a cambio de un pasaporte ilegal.
En realidad propondría el uso de “español” para calificar a todas esas personas nacidas en España y utilizaría “gallego” para hacer mención a todos aquellos nacidos o residentes en Galicia. Si hacemos las cosas bien… ¿Cuál es el problema?