domingo, 22 de enero de 2012

Miserable


Acostumbrados a un ritmo de vida frenético con descansos exclusivos para dormir, seguramente uno de los momentos mas tranquilos de nuestras vidas se disfrutan en nuestro trabajo donde no nos importa puntualmente o por norma general bajar el rendimiento.
Una vez fuera de nuestras obligaciones laborales o tras el descanso del guerrero, intentamos ocupar hasta el último de nuestros minutos, quizás para no pensar o tal vez para seguir pensando que el mundo nunca podría seguir adelante sin nosotros. Inventamos redes sociales para no descolgarnos de la vida, continuamente enganchados a una existencia plenamente compartida, dando lecciones de intensidad y sociabilidad en un muro en el que la grandeza de las personas se mide por el número de amigos.
Buscamos miserablemente aprobaciones propias de uno mismo en nuestros amigos, intentemos producir envidia en nuestros conocidos y anhelamos la admiración de los desconocidos.
Vivir tan rápidamente también nos ayuda a enterrar mucho más fácilmente todas aquellas experiencias desagradables o incómodas, no sacamos conclusiones ni meditamos sobre todo aquello que nos sucede, mejoramos nuestra existencia a base de auntoconvencernos de ello, sin más gloria que la de un avatar de carne y hueso manejado por tendencias y modas.
La inmediatez es nuestro credo, hipotecamos nuestro futuro a cambio de adornar nuestras insulsas trayectorias vitales intentando mantener una imagen que vale más que mil palabras, nos especializamos en la insensatez y alardeamos de nuestra propia ignorancia, intentado pandemizar una filosofía errática y sin base lógica.
Pero lo peor de todo es que nos gusta esto, nos encanta que nos engañen con promesas de eternidad en una vida con fecha de caducidad y nos llegamos a creer todo ese humo que no hace otra cosa que intoxicarnos hasta matarnos poco a poco y con saña, mientras el fin último del ser humano, vivir, queda relegado en lo más subconsciente del subconsciente.

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